Esta serie nos ha hecho reír, llorar, indignarnos, vibrar de emoción y, a veces, hasta aburrirnos (véase la temporada nueve), pero siempre ha tenido esa chispa que por lo menos a mí no me permitía perderme ni un capítulo.
Le han dado muchas vueltas y demasiado bombo a la madre, a Tracy, que en tan solo dos capítulos ya nos había conquistado a la gran mayoría de los espectadores. Era la mujer perfecta para Ted. Y después de esperar nueve temporadas para saber la identidad de esta mujer, van y la matan. Pero acabar una serie no es nada fácil y, por supuesto, es imposible que todos queden contentos con el final.
Y es que en realidad, ¿qué esperábamos? Es una serie que, temporada tras temporada, nos ha ido contando los tiras y aflojas de Ted y Robin. El verdadero amor del protagonista fue ella desde el principio y tenían que acabar juntos, pese a haber cogido cariño a Tracy.
Aún así, la historia de Ted y Tracy es muy bonita. Se amaron al máximo hasta el último momento. Y me fascinaron esas casualidades como el paraguas amarillo, el Mclarens, la ex de Ted/ compañera de piso lesbiana de Tracy, el hombre desnudo, la clase de economía en la que Ted da su primera clase por confusión... y un sin fin de ellas más que por fin hacían encajar todas las piezas del rompecabezas en esta pareja.

Pero chic@s, Robin es irreemplazable. No podía haber otro final.
Lo que no me gustó del último capítulo fue ese golpe de realidad en el que se veía cómo los protagonistas iban haciendo sus vidas por separado y se iban alejando poco a poco. Me dio mucha pena.
¡Y Barney con una hija! Quién lo habría dicho...
Ahora lo que me angustia es lo que voy a echar de menos a este quinteto que se había ganado todo mi cariño. La pareja perfecta que formaban Marshall y Lily, los puntazos de Barney y su "legen... wait for it...dary!", las historias interminables de Ted y la personalidad independiente de Robin.